El otro día oía comentar a un Consejero Delegado de una importante Compañía nacional, las excelencias del discurso que había oído a un conocido “gurú” empresarial.

Lo que de él, de sus enseñanzas y reflexiones me contaba no eran nada novedosas, sino más bien, algo que formaba parte de aquello denominado como “sentido común”, y que en cualquier caso, se llevaba diciendo, y este Consejero Delegado iba oyéndolo, desde hacía años en boca de otros colaboradores suyos.

Me pregunté ¿Qué es lo que hace de este “gurú” para que sea percibido como algo distinto y novedoso? Y entonces pude entender que no era más que la “fama” que como “gurú” empresarial tenía entre determinado nivel de directivos y entre determinadas compañías.

Así como, hay “peluqueros de las famosas” y “decoradores de la Jet set”, también hay “gurús” para determinados status empresariales. Fue entonces cuando me acordé de aquel célebre cuento infantil de Hans Christian Andersen titulado “El traje nuevo del Emperador” y que de forma resumida dice algo así:

Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia llegando al extremo de dejar sin atender asuntos de estado por ellas.

Llegaron a la ciudad donde vivía el Emperador dos truhanes que se hicieron pasar por excelentes tejedores, presumiendo que las prendas por ellos confeccionadas, aparte de ser hermosísimas, tenían la virtud de pasar desapercibidas por gente que no fuera apta para altas responsabilidades o que fuera directamente estúpida.

El Emperador enseguida fue engatusado por semejante apreciación y mandó confeccionar para si la más hermosa de las prendas jamás tejida, anticipando para ello una buena cantidad de dinero.

Pasado un tiempo y con el fin de supervisar el avance de la confección de la prenda, el Emperador envió a dos personas de forma escalonada. El primero de ellos fue atendido por los dos truhanes que le enseñaron el supuesto tejido y telares donde se estaba confeccionando el traje del emperador, sin embargo, por más que el emisario se esforzaba, no alcanzaba a ver nada. No obstante, para no ser tenido como incompetente o estúpido, decidió hacer como que había visto algo asombroso y así se lo transmitió al Emperador.

El segundo de los emisarios hizo exactamente lo mismo.

Cuando llegó la prueba definitiva del traje con el Emperador, sucedió que el Emperador observo que la supuesta prenda tan asombrosa y maravillosa que los truhanes de forma detallada le iban describiendo, el no alcanzaba a verla, sin embargo pensó, que si sus colaboradores cercanos la habían visto, quizás el incompetente o estúpido era el, por lo que decidió hacer como que la veía, de manera que se desvistió y quedándose desnudo, se hizo poner el inexistente traje, siendo asistido para ello de sus ayudantes de cámara los cuales, por no ser igualmente tenidos por incompetentes o estúpidos, le siguieron la pantomima.

Cuando salió a pasear por la ciudad todo el mundo se fijó en la desnudez del Emperador, sin embargo y también para no ser tenidos por estúpidos vasallos, todos a una proclamaron su admiración por tan excelsa vestimenta. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

– ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
– ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
– ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
– ¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola de aquel traje”.

¿Qué moralejas podemos extraer de tan preciado cuento? Pues hay varias y todas ellas son simples y sencillas como la inocencia del niño que desde la naturalidad se atrevió a decir lo que era obvio, veamos alguna de ellas.

Asemejo la figura de los trúhanes a una buena parte de los actuales “gurús”, como aquel con el que iniciaba el artículo. Esas figuras no pueden existir sin la complicidad implícita o explícita de los demás, en este caso un pueblo vasallo y temeroso de su Emperador, en este por colaboradores de este Consejero Delegado que seguramente descubrirían la “desnudez” de tales consejos.

Peter Drucker, excelente pensador empresarial, definía la palabra “gurú” como un invento creado por los propios periodistas para evitarse escribir algo tan largo como “charlatán de feria”.

Al final la autenticidad de un “gurú” se mide no por lo que dice, sino por conforme vive, y la mayoría de ellos no vive conforme a las enseñanzas que predica, con lo cual no dejan de ser unos “cantamañanas”, que decía mi padre.

Decía Seneca: “Elige a tu maestro por lo que en el vieres, no por lo que de él oyeres” o como decía mi querida M.J. Aroca: “Yo soy lo que digo” y esa es la principal fuente de fuerza e inspiración, el EJEMPLO.

Pero, podemos preguntarnos, si eso es así ¿Por qué hay tanto auge de dichos“gurús”? ……. Muy sencillo, porque en el fondo andamos deseosos de cambiar…. ¡sin cambiar NADA!, por lo que al final buscamos soluciones que no nos comprometan, porque de nuestra zona de confort no estamos dispuestos a salir, por mucho que nos incomode estar en ella, y si además tenemos una serie de acólitos que nos dan palmadas por tan fantástico descubrimiento y por tan fantásticas enseñanzas oídas de boca del famoso “gurú”, pues tanto mejor nos quedaremos.

Pero lo asombroso es que siempre existirá la voz interior de nuestra conciencia que nos gritara al oído, como el niño en el cuento: ¡¡Pero si estas desnudo!!……….. Solo resta de nosotros dilucidar si queremos escucharlo o si por el contrario, queremos seguir permaneciendo en el engaño.